Si pensabas que los enchufes eran cosa de casas mal cableadas, prepárate para esta historia que tiene de todo: cargos hechos a medida, horarios invisibles, compañeros que no lo veían ni por videollamada, y un hermano presidencial que parece haber sido el primer funcionario cuántico: estaba y no estaba al mismo tiempo.
Bienvenidos al universo de David Sánchez, el hermano menor del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y flamante protagonista de esta saga judicial donde la política y la familia se confunden más que los recibos de una gestoría corrupta.
El cargo: más exclusivo que el Wi-Fi de la Moncloa
Corría el año 2017 y, en la Diputación de Badajoz, alguien tuvo una brillante idea: crear un cargo que se llamara “Director de la Oficina de Artes Escénicas”. No sabemos si querían montar un musical o una zarzuela, pero lo que sí sabemos es que el puesto parecía haber sido hecho a la medida de David: sin oposición, sin concurso, sin experiencia conocida… y con un sueldo que ya quisiéramos algunos por asistir a las reuniones de la comunidad de vecinos.
Hasta aquí, todo podría parecer un caso más de «ya tú sabes quién es su hermano», pero la cosa se complica cuando empezamos a preguntar si alguien lo ha visto trabajando. Y la respuesta mayoritaria es: 🤷♂️
Testigos invisibles, horarios difusos
Según la jueza instructora, Beatriz Biedma, los indicios apuntan a que David ni asistía a su oficina ni cumplía funciones propias de su cargo. O sea, que tenía más teletrabajo que un programador en pandemia, pero sin ordenador, sin Zoom y, aparentemente, sin trabajo.
La Fiscalía de Badajoz intentó archivar el caso diciendo que no había indicios serios. Pero la jueza, en modo “a mí no me la coláis”, dijo que había claros indicios de criminalidad, y mandó a juicio a David y a otras diez personas implicadas en la opereta.
Lo más jugoso: hay informes que apuntan a que el puesto fue creado exclusivamente para él y que tenía un horario a la carta, como si fuese un Glovo de la burocracia.
El “aforamiento exprés” del amigo Gallardo
Entra en escena otro personaje estrella: Miguel Ángel Gallardo, presidente de la Diputación de Badajoz y actual mandamás del PSOE en Extremadura. Cuando las cosas empezaron a oler a podrido, Gallardo se movió más rápido que un político en campaña y se sacó un aforamiento de la manga.
¿Cómo? Forzando la dimisión de una diputada y de otros cuatro compañeros, todo para conseguir un escaño autonómico que lo blindara ante la justicia ordinaria. Vamos, como si se pusiera un escudo de Capitán América pero versión BOE.
Esta maniobra fue bautizada por el PP como “aforamiento fraudulento”, y fue tan evidente que hasta algunos juristas lo catalogaron como un “truco barato para esquivar la justicia”. Si esto fuera un videojuego, se llamaría “modo invulnerable parlamentario”.
¿Y qué dicen el Gobierno y el PSOE?
El PSOE dice que esto es cosa de Manos Limpias y del PP, que no hay caso, que el hermano del presidente es un tipo profesional, muy trabajador, muy artista escénico, y que la derecha está haciendo política basura.
El presidente Pedro Sánchez, por su parte, ha guardado un silencio estratégico. Ni lo defiende con el pecho como hizo con Begoña, ni lo entrega al enemigo como a Ábalos. Digamos que lo ha metido en la caja de “problemas familiares que es mejor no sacar en prensa”.
Juicio oral en camino y 11 personas implicadas
La jueza Biedma ha dicho: “Hasta aquí hemos llegado, vamos a juicio”. Y lo hace con once acusados en la lista, incluido el hermanísimo, el presidente de la Diputación y otros cargos que habrían colaborado en montar el teatrillo administrativo.
En el banquillo se sentarán a aclarar:
- Quién diseñó el puesto.
- Por qué David no iba a trabajar.
- Qué funciones tenía exactamente.
- Y, lo más importante: ¿qué narices hacían en esa oficina de artes escénicas?
Spoiler: si salen a decir que estaban preparando una versión extremeña de Cats, no nos sorprendería.
Un cargo, una familia, una sospecha
El caso David Sánchez no solo plantea preguntas legales, sino que abre un melón enorme: ¿cómo de cerca puede estar la familia del poder sin que se rompa el decoro institucional?
- ¿Era legal el cargo? Quizás sí.
- ¿Era moral? Parece que no.
- ¿Se trabajaba? A la vista está que no hay huellas.
Este tipo de historias son la gasolina perfecta para alimentar la narrativa de que en España hay castas políticas que viven en un mundo paralelo, donde los contratos caen del cielo, los horarios son opcionales, y los sueldos se cobran por telepatía.
Reacciones del vecindario político
- PP y Vox lo han usado como ejemplo de nepotismo descarado, enchufismo institucional y han exigido responsabilidades.
- El Gobierno intenta mirar para otro lado como si se le hubiese caído un vaso de agua sobre el teclado del escándalo.
- Y la ciudadanía, pues sigue viendo cómo los escándalos se acumulan como facturas sin pagar, con un cabreo creciente y muchas ganas de “que se vayan todos”.
El efecto colateral: confianza por los suelos
Lo más peligroso de estas tramas no es solo si David trabajó o no. Es el mensaje que queda:
- Que hay cargos a dedo sin control.
- Que si tienes un hermano con el nombre adecuado, tienes la vida resuelta.
- Que puedes desaparecer del trabajo más que el recepcionista en un puente largo.
Y eso, para una sociedad harta de ver cómo los privilegios caen siempre en el mismo árbol, es dinamita para la confianza democrática.
Epílogo: “¡Que pase el siguiente!”
El juicio aún no tiene fecha, pero se avecina otra tormenta judicial para el entorno del presidente. Y como diría cualquier guionista que se precie: “esto aún no ha acabado”. Hay tramas abiertas, testigos por declarar, y mucho por explicar.
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